De lo que hay en el corazón habla la boca: por qué quienes hablan mal de otros no son felices

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En los tiempos que corren, son muchas las personas y las tendencias que buscan el crecimiento del ser humano desde el punto de vista espiritual. Hoy proliferan la literatura de autoayuda, miles de “maestros de la luz” y tendencias que, en principio, buscan llevar al individuo a la felicidad.

Pero la verdad es que este crecimiento impresionante de ofertas para el “espíritu” nos muestra que algo va mal. Muchas personas no son felices y las carencias se hacen notorias en gestos como el chisme y la descalificación del otro a priori.

Hablar mal de los demás es sin duda el primer signo de que algo no está bien en la persona que habla. Según los análisis de especialistas en el tema, si una persona está feliz consigo misma, no necesita hablar mal de otros, y ni siquiera le entretiene hacerlo. Nos referimos, por supuesto, a los hábitos arraigados en algunas personas, que por costumbre basan sus conversaciones en “desplumar” el pellejo de cuanto nombre les pasa por la cabeza. En fin, nos referimos a los criticones.

El juicio que estas personas hacen de los demás no puede considerarse objetivo, porque está matizado o intervenido por las propias frustraciones personales. A ese síndrome se le llama “proyección negativa”. Se trata simplemente de un mecanismo de defensa que nos hace ver reflejados nuestros defectos y debilidades en los otros. Lo que hace este mecanismo es echar fuera de la persona su propia responsabilidad.

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Si la proyección negativa es un mecanismo de defensa, ¿de qué nos defiende?

La proyección negativa nos defiende de nosotros mismos. Nuestro cerebro no es capaz de aceptar ciertas verdades sobre nuestro modo de pensar, ser o actuar, pues hacerlo causaría ansiedad o angustia. Por ello, aquello que nos molesta es echado fuera de nosotros hacia las demás personas, que se convierten en una especie de “pantalla” en la que nos vemos sin vernos.

Por otro lado, este mecanismo nos evita la responsabilidad de mostrarnos abiertamente y darnos a conocer. Al hablar de los demás, evitamos comprometernos personalmente en la conversación y le negamos a nuestro interlocutor información personal, reafirmando siempre la distancia. En otras palabras, el cotilleo o chisme no es más que un escondite.

Pero lo que aparentemente nos protege y nos mantiene a distancia, solo nos expone y perjudica: quien escucha al murmurador o chismoso capta muy pronto las señales de que no puede confiar en dicha persona.

Personas tóxicas

Algunos han acuñado un término para describir a las personas que actúan de este modo tan terrible. Las llaman “personas tóxicas”.  En general, este tipo de personas, además de criticar todo lo que ven a su alrededor, son incapaces de tener actitudes proactivas en la consecución de su bienestar.

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Lo malo es que estas personas no se hacen responsables de los daños terribles que causas a quienes son víctimas de sus críticas y rumores. Vidas de familias completas pueden ser dañadas solo por el impacto de un chisme.

Este podría ser el caso de alguien a quien usted conozca. Esa persona que suele intoxicar el ambiente imponiendo ideas negativas sobre los demás, y que desconoce toda responsabilidad personal en su propia suerte.

Pero ¡Cuidado! Este podría ser también su caso. Así que ¡oído al tambor! Siempre se puede mejorar.

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Siempre podemos liberarnos de las ataduras y comenzar a ver la vida desde la felicidad que deseamos como algo que depende claramente de nuestra decisión, y no de las circunstancias que nos rodean. Si usted siente que debe mejorar, ¡hágalo! Ya sabe cómo: deje de pensar tanto en los demás, reconozca sus errores disfrute de la libertad que implica ser responsable de sí mismo. Además, coma bien, duerma bien, tome abundante agua, ejercite su cuerpo, desarrolle proyectos, medite, ore, lea y ame mucho. ¡Verá que si observa y acepta la complejidad de la vida, con sus altos y sus bajos, será más feliz!

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