La Biblia es un compendio de libros antiguos que nos legan diferentes tipos de discursos religiosos: desde revelaciones hasta crónicas de los reyes hebreos, relatos educativos como la de Job, libros históricos, poesía, salmos y mucho más.
Pero el género que más ha llamado la atención de la humanidad desde tiempos inmemoriales son las profecías, que pueden encontrarse en diversos libros, como Daniel, el Apocalipsis y, del que hablaremos en este artículo, Isaías.
La Biblia en general anuncia un tiempo de desastres naturales, cataclismos, huracanes, terremotos, diversos acontecimientos que marcarán a la humanidad y le obligarán a reflexionar y cambiar su rumbo. Las profecías suelen ser los episodios que más impactan a los creyentes, sea que se traten de profecías del desastre o de anuncios de tiempos mejores.
En este tipo de mensajes creen las diversas denominaciones de cristianismo, que juntas constituyen una mayoría religiosa en el mundo occidental u occidentalizado.
De hecho, el advenimiento de un mesías es parte de las profecías de los libros más antiguos de la Biblia, escritos en el contexto de la tradición hebrea.
Pero recientemente un hecho ha llamado la atención en particular. En efecto, en el libro de Isaías, capítulo 35, versículo 7, se describe un tiempo muy particular. La cita dice lo siguiente: “El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de aguas; en la morada de chacales, en su guarida, será lugar de cañas y juncos.”
Esto fue recordado tras un evento muy significativo ocurrido en Israel: el desierto comenzó a llenarse de agua salada. De pronto, ante los ojos de todos, pareció materialziarse lo anunciado por esta profecía, cuando el desierto se llenó, literalmente, de agua.
¿No me cree? Vea el siguiente vídeo:
¿No es sorprendente lo que ha pasado? Parece que la Biblia aun tiene mucho que decirnos. ¿Qué piensa usted? ¿Es la Biblia una fuente para interpretar nuestros hechos actuales?
Comparta este artículo con sus amistades. Quizá estemos a tiempo de hacer que muchos tomen en cuenta la presencia de Dios y la seguridad de que, en efecto, existe un orden trascendente que nos supera. Después de todo, todos necesitamos un milagro.