Luke Mullaney y Lauren Mayer con una pareja que vive en la compañía de una hermosa perrita, llamada Mya. Luke la adoptó después de que el animal había sido rescatado de un hogar donde fue seriamente maltratado, por lo que Mya manifestaba aún algunos signos de ansiedad.
Para ayudar a la perrita a superar el trauma, atendió a una recomendación que le habían hecho de llevarla con cierta regularidad a un Spa canino. Y así lo hizo a lo largo de casi un año. Dos o tres veces por semana Luke llevaba a su mascota adorada a este lugar, llamado Posh Pet Day Spa.
Como se supone que es un centro especializado, y Luke esperaba que le ayudaran a tratarla, el equipo del spa estaba perfectamente informado de cuál era el cuadro clínico y emocional de Mya, de manera que se comprometieron a darle los cuidados necesarios.
Un día, como de costumbre, Luke fue a buscar a su perrita. Pero se encontró con algo que nunca había visto: Mya llevaba en el cuello un collar con un dispositivo extraño. Se trataba de un dispositivo que cuando ella ladraba, le enviaba una descarga eléctrica. Mientras más fuerte ladrase, más fuerte era la descarga.
Absolutamente desconcertado e indignado por lo que sería una técnica de corrección basada en el maltrato y el castigo, Luke se dirigió al equipo de Posh Pet Day Spa para reclamarles por este abuso.
El equipo fue atrapado con las manos en la masa, pues además, Luke acabó descubriendo que esto lo hacían con todos los perros, para evitar que hicieran ruido en el recinto. Pero todo lo hicieron sin pedirle autorización a los dueños de las mascotas.
Evidentemente, Luke nunca volvió a ese lugar, y compartió su experiencia en las redes para que otros propietarios de perros estén prevenidos sobre este tipo de lugares. En efecto, los perros no pueden decirnos qué pasa puertas adentro de los centros de atención canina. Por eso, cuando deba dejarlos, asegúrese de que los deja en un lugar de confianza.
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